Limosna, dijimos. No sólo la
limosna material, pecuniaria: unas cuantas monedas que damos a un pobre mendigo
en la esquina. La limosna tiene que ir más allá: prestar ayuda a quien necesita,
enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide, compartir alegrías,
repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido. La limosna es
esa disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos. Significa
la actitud de apertura y la caridad hacia el otro. Recordemos aquí a san Pablo:
“Si repartiese toda mi hacienda...no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1
Corintios 13, 3). También san Agustín es muy elocuente cuando escribe: “Si
extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has
hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no
tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.
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