En un tarde de invierno, fray Francisco volvía de Perusa a
Santa María de los Ángeles, en compañía de fray León. El tiempo era crudo: la
nieve cubría las faldas de la montaña. En el llano caía una lluvia tupida y
helada que las ráfagas de viento arrastraban con rabiosa violencia. Los
senderos estaban desiertos y barrosos.
Los dos frailes, con la capucha en la cabeza y la túnica
mojada que se adhería a la piel, caminaban en silencio uno tras otro, cuidando
donde colocar los pies descalzos, para no resbalar.
De improviso, como continuando su meditación interior, el
Santo comenzó a decir a su compañero que lo precedía unos pasos:
-Fray León, aun si los frailes menores diesen al mundo un
gran ejemplo de santidad, escribe que en esto no esta la perfecta alegría.
Fray León no contesto nada. Siguió su camino, levantando de
vez en cuando la mirada hacia adelante. ¡Santa María de los Ángeles aun quedaba
lejos!
Después de un poco, el Santo, rompiendo de nuevo el silencio,
exclamo:
-Fray León, aun si los frailes menores pudieran dar la vista
a los ciegos, enderezar a los tullidos, devolver el odio a los sordos, dar el
habla a los mudos, incluso resucitar a los muertos, escribe que en esto no esta
la perfecta alegría.
Después de otro largo trecho, Francisco volvió a decir:
-Fray León, si el fraile menor supiera hablar todas las
lenguas, si conociera todas las ciencias, si supiera todas las escrituras, si
pudiera predecir el futuro y leer el secreto de las conciencias, escribe que
también en esto no esta todavía la perfecta alegría.
Fray León parecía no estar prestando atención a las palabras
del Santo. Se había vuelto hacia atrás. En cambio, las meditaba en su corazón, procurando
comprender su significado. Mientras tanto, la lluvia seguía cayendo, calando a
los dos frailes hasta los huesos, y el viento castigaba implacable las piernas
desnudas de los dos frailes.
Aun, unos cuantos cientos de metros...Después Francisco
prosiguió su retahíla:
-Fray León, ovejuela de Dios, aun si los frailes menores
pudieran hablar con los ángeles, si conocieran los misterios de las estrellas, si
les fueran revelados todos los tesoros de la tierra, los poderes de las aves, de
los peces, de los animales, de los hombres, de los arboles, de las piedras y de
las aguas, yo te digo y te repito escribas, que tampoco en esto esta la
perfecta alegría.
Unos dos kilómetros después, embargado de mayor entusiasmo, con
voz mas alta, casi gritando acentuó:
-Fray León, también si el fraile menor pudiera predicar tan
bien hasta convertir a todos los fieles en Jesucristo, tampoco en ello estaría
la perfecta alegría.
Fray León salió finalmente de su silencio y con humildad
preguntó:
-Y entonces, Padre, yo te ruego en nombre de Dios me digas
donde esta la perfecta alegría.
Y el santo contesto así:
-Si una vez llegados a Santa María de los Ángeles, empapados
de lluvia, tiritando por el frió, embarrados hasta los ojos, atormentados por
el hambre... si llamamos a la puerta y el portero mirando airado por el agujero
nos ve... y comienza a gritar: "Idos, malhechores y mentirosos...vosotros
sois ladrones que buscáis hurtar las limosnas de los pobres...", si
soportamos con paciencia todos estos insultos, escribe fray León, que en esto
esta la perfecta alegría.
Y si nosotros, apremiados por el hambre y el frió, temblorosos
por la noche, seguimos llamando a la puerta, y lo hacemos cada vez mas fuerte, y
llorando rogamos al portero que nos haga entrar por el amor de Dios... y el, saliendo
con un nudoso garrote, nos agarra por la capucha y nos arroja por tierra, y nos
frota contra la nieve, y nos muele a palos en las coyunturas, donde mas duele, y
nos sigue insultando y maldiciendo... Y bien, si todas estas cosas nosotros las
soportamos con paciencia y jubilo, pensando en los sufrimientos de Jesús
Crucificado, oh, Fray León, escribe que en esto, y solo en esto, esta la
perfecta alegría.
-Y ahora, Fray León, escucha la conclusión de todo este
discurso... Nosotros no podemos gloriarnos de las gracias y buenas cualidades
que poseemos. Son un don de Dios, el cual, como nos las ha dado, también nos
las puede quitar... Sin embargo, podemos gloriarnos de una sola cosa porque es
completamente nuestra: "Aceptar con amor los sufrimientos, los insultos, las
penalidades de la vida". De esta manera daremos gloria a Dios y nuestro
corazón gozara en la espera del premio eterno.