Toma unos minutos para recapacitar en su significado y sus implicaciones, para ti, para mi, para todos los bautizados.
La Iglesia celebra la Epifanía para recordar la Manifestación del Señor a todos los hombres con el relato de los Magos de Oriente que nos narra el Evangelio de hoy (Mt 2, 1-12). Aquellos hombres que buscaban ansiosamente simbolizan la sed que tienen los pueblos que todavía no conocen a Jesús. La Epifanía, en este sentido, además de ser un recuerdo, es sobre todo un misterio actual, que viene a sacudir la conciencia de los cristianos dormidos. Para la Iglesia, muy especialmente en este Año de la Fe, la Epifanía constituye un reto misional: o trabaja generosa e inteligentemente para manifestar a Cristo al mundo, o traiciona su misión. La tarea esencial e ineludible de la Iglesia es trabajar para llevar a Cristo a todos aquellos que no lo conocen, o a los que su fe no es coherente con su vida.. La llegada de los magos, que no pertenecen al pueblo elegido, nos revela la vocación universal de la fe. Todos los pueblos son llamados a reconocer al Señor para vivir conforme a su mensaje y alcanzar la salvación.
La Epifanía es una de las fiestas litúrgicas más antiguas, más aún que la misma Navidad.
La fiesta de la Epifanía tiene su origen en la Iglesia de Oriente. A diferencia de Europa, el 6 de enero tanto en Egipto como en Arabia se celebraba el solsticio, festejando al sol victorioso con evocaciones míticas muy antiguas. Epifanio explica que los paganos celebraban el solsticio invernal y el aumento de la luz a los trece días de haberse dado este cambio. Cosme de Jerusalén cuenta que los paganos celebraban una fiesta mucho antes que los cristianos con ritos nocturnos en los que gritaban: "la virgen ha dado a luz, la luz crece".
Hasta el siglo IV la Iglesia comenzó a celebrar en este día la Epifanía del Señor. Al igual que la fiesta de Navidad en occidente, la Epifanía nace contemporáneamente en Oriente como respuesta de la Iglesia a la celebración solar pagana que tratan de sustituir. Así se explica que la Epifanía se llama en oriente: Hagia phota, es decir, la santa luz.
Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías tres eventos: Su Epifanía ante los Reyes Magos, su Epifanía a San Juan Bautista en el Jordán y su Epifanía a sus discípulos y comienzo de su vida pública con el milagro en Caná. Para los occidentales, que, como queda dicho más arriba, aceptaron la fiesta alrededor del año 400, la Epifanía es popularmente el día de los reyes magos. En la antífona de entrada de la misa correspondiente a esta solemnidad se canta: "Mirad que llega el Señor del señorío; en sus manos está el reino y la potestad y el imperio". El verdadero rey que debemos contemplar en esta festividad es el pequeño Jesús. Las oraciones litúrgicas se refieren a la estrella que condujo a los magos junto al Niño Divino, al que buscaban para adorarlo.
Precisamente en esta adoración han visto los santos padres la aceptación de la divinidad de Jesucristo por parte de los pueblos paganos. Los magos supieron utilizar sus conocimientos-en su caso, la astronomía de su tiempo- para descubrir al Salvador, prometido por medio de Israel, a todos los hombres.
A Melchor, Gaspar y Baltasar -nombres que les ha atribuido la leyenda, considerándolos tres por ser triple el don presentado, según el texto evangélico -puede llamárselos adecuadamente peregrinos de la estrella. Los orientales llamaban magos a sus doctores; en lengua persa, mago significa "sacerdote". La tradición, más tarde, ha dado a estos personajes el título de reyes, como buscando destacar más aún la solemnidad del episodio que, en sí mismo, es humilde y sencillo. Esta atribución de realeza a los visitantes ha sido apoyada ocasionalmente en numerosos pasajes de la Escritura que describen el homenaje que el Mesías de Israel recibe por parte de los reyes extranjeros.
La Epifanía, como lo expresa la liturgia, anticipa nuestra participación en la gloria de la inmortalidad de Cristo manifestada en una naturaleza mortal como la nuestra. Es, pues, una fiesta de esperanza que prolonga la luz de Navidad.
Esta solemnidad debería ser muy especialmente observada por los pueblos que, como el nuestro, no pertenecen a Israel según la sangre. En los tiempos antiguos, sólo los profetas, inspirados por Dios mismo, llegaron a vislumbrar el estupendo designio del Señor: salvar a la humanidad entera, y no exclusivamente al pueblo elegido.
Con conciencia siempre creciente de la misericordia del Señor, construyamos desde hoy nuestra espiritualidad personal y comunitaria en la tolerancia y la comprensión de los que son distintos en su conducta religiosa, o proceden de pueblos y culturas diferentes a los nuestros. Las diversas culturas están llamadas a encarnar el evangelio de Cristo, según su genio propio, no a sustituirlo, pues es único, original y eterno.
Cada año los cristianos celebramos la Epifanía. Dios se nos da, pequeño e impotente, sobre un pesebre o en manos de su Madre, María. Se nos da como Salvador, como Amor, como camino de vida, a todos sin excepción. ¿Qué ofrece, en cambio, el mundo al Salvador? ¿Qué le ofrecemos nosotros, cada uno de nosotros? ¿Tiene el mundo un poco más de paz que ofrecer a quien es llamado el "príncipe de la paz"? ¿Tiene el mundo algo más de solidaridad para con los más necesitados, sean individuos o naciones, para ofrecer a quien quiso hacerse en todo solidario con los hombres, menos en el pecado? ¿Ofrece el mundo más pan a los que tienen hambre, más medicinas a los que están enfermos, más ayuda para la educación a quienes no tienen posibilidades, sabiendo que "cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis"? ¿Cuenta el mundo con más verdad, más honestidad, con más justicia para quien es la Verdad, para quien es el Justo por excelencia? El mundo, cada nuevo año, puede ofrecer muchas cosas buenas a Dios. Cada uno de nosotros es parte de ese mundo, y puede y debe contribuir para ofrecer "algo" a Dios.
Oremos
Señor, tu que manifestaste a tu Hijo es este día a todas las naciones por medio de una estrella, concédenos, a los que ya te conocemos por la fe, llegar a contemplar, cara a cara, la hermosura infinita de tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo. Amén
Reyes que venís por ellas,
no busquéis estrellas ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Mirando sus luces bellas,
no sigáis la vuestra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Aquí parad, que aquí está
quien luz a los cielos da:
Dios es el puerto más cierto,
si habéis hallado puerto
no busquéis estrellas ya.
No busquéis la estrella ahora:
que su luz ha oscurecido
este Sol recién nacido
en esta Virgen Aurora.
Ya no hallaréis luz en ellas,
el Niño os alumbra ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas.
Aunque eclipsarse pretende,
no reparéis en su llanto,
porque nunca llueve tanto
como cuando el sol se enciende.
Aquellas lágrimas bellas
la estrella oscurecen ya,
porque donde el sol está
no tienen luz las estrellas. Amén
La Iglesia
celebra como epifanías tres eventos:
Su Epifanía ante
los Reyes Magos (Mt
2, 1-12)
Su Epifanía a San Juan
Bautista en el Jordán
Su Epifanía a sus discípulos
y comienzo de Su vida pública con el milagro en Caná.
La Epifanía que más
celebramos en la Navidad es la primera.
La fiesta de la Epifanía tiene
su origen en la Iglesia de Oriente. A diferencia de Europa, el 6 de
enero tanto en Egipto como en Arabia se celebraba el solsticio, festejando
al sol victorioso con evocaciones míticas muy antiguas. Epifanio
explica que los paganos celebraban el solsticio invernal y el aumento
de la luz a los trece días de haberse dado este cambio; nos
dice además que los paganos hacían una fiesta significativa
y suntuosa en el templo de Coré. Cosme de Jerusalén
cuenta que los paganos celebraban una fiesta mucho antes que los cristianos
con ritos nocturnos en los que gritaban: "la virgen ha dado a luz,
la luz crece".
Entre los años 120 y 140 AD los
gnósticos trataron de cristianizar estos festejos celebrando
el bautismo de Jesús. Siguiendo la creencia gnóstica,
los cristianos de Basílides celebraban la Encarnación
del Verbo en la humanidad de Jesús cuando fue bautizado. Epifanio
trata de darles un sentido cristiano al decir que Cristo demuestra
así ser la verdadera luz y los cristianos celebran su nacimiento.
Hasta el siglo IV la Iglesia comenzó
a celebrar en este día la Epifanía del Señor.
Al igual que la fiesta de Navidad en occidente, la Epifanía
nace contemporáneamente en Oriente como respuesta de la Iglesia
a la celebración solar pagana que tratan de sustituir. Así
se explica que la Epifanía se llama en oriente: Hagia phota,
es decir, la santa luz.
Esta fiesta nacida en Oriente ya se celebraba
en la Galia a mediados del s IV donde se encuentran vestigios de haber
sido una gran fiesta para el año 361 AD. La celebración
de esta fiesta es ligeramente posterior a la de Navidad.
Los Reyes Magos
Mientras en Oriente la Epifanía
es la fiesta de la Encarnación, en Occidente se celebra con
esta fiesta la revelación de Jesús al mundo pagano,
la verdadera Epifanía. La celebración gira en torno
a la adoración a la que fue sujeto el Niño Jesús
por parte de los tres Reyes Magos (Mt 2 1-12) como símbolo del reconocimiento del mundo pagano
de que Cristo es el salvador de toda la humanidad.
De acuerdo a la tradición de la
Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos
y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo,
hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento
de hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por
mantener un contacto con Dios. Del pasaje bíblico sabemos que
son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso,
oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos
dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar. Hasta
el año de 474 AD sus restos estuvieron en Constantinopla, la
capital cristiana más importante en Oriente; luego fueron trasladados
a la catedral de Milán (Italia) y en 1164 fueron trasladados
a la ciudad de Colonia (Alemania), donde permanecen hasta nuestros
días.
El hacer regalos a los niños el
día 6 de enero corresponde a la conmemoración de la
generosidad que estos magos tuvieron al adorar al Niño Jesús
y hacerle regalos tomando en cuenta que "lo que hiciereis con uno
de estos pequeños, a mi me lo hacéis" (Mt. 25, 40);
a los niños haciéndoles vivir hermosa y delicadamente
la fantasía del acontecimiento y a los mayores como muestra
de amor y fe a Cristo recién nacido.